Es un lugar especial. Creo que hacía alrededor de 15 o 20 años que no iba. Cuando me he ido acercando y he visto sus altos muros, sus columnas, su majestuosidad, en definitiva, me he sentido pequeñita. La luz ilumina de manera diferente el museo, con timidez, como si se sintiera intimidada de la grandeza física y artística del mismo. En una de las puertas reposa la estatua de Velázquez,sentado, pensativo, ajeno a la maravilla que tenía a su espalda. Una vez dentro, no pude evitar que un escalofrío me recorriera. ¡Cuánto arte entre esas paredes! En sitios como este recuerdo que mi vocación frustrada una vez fue la Historia del Arte. Pero no pudo ser. Aunque sé que nunca es tarde.
Tengo especial debilidad por Velázquez y al ponerme frente alguna de sus obras más significativas sentí que se me ponían los pelos de punta. Las Lanzas, Las Hilanderas, La fragua de Vulcano... Sin menospreciar a otros grandísimos artistas allí reunidos: Goya, Rubens, Ribera, Tiziano, El Greco... Y otros muchos que descubrí ayer.
Y es que entre tanta grandeza uno siente la solemnidad del que está en algún santuario, en este caso, el santuario del ARTE.